En un Hollywood obsesionado con el reconocimiento, Denzel Washington se ha mantenido siempre al margen de la maquinaria de prestigio. Con diez nominaciones y dos galardones —Mejor Actor de Reparto en 1990 por Tiempos de gloria y Mejor Actor Principal en 2002 por Training Day—, nunca ha considerado los premios como el motor de su carrera. A sus casi setenta años, asegura que lo que otros ven como logros, él lo percibe con distancia, convencido de que el verdadero valor de su trabajo no lo dicta una estatuilla.
Durante la promoción de su última película, volvió a dejar clara su visión: los Oscar le resultan irrelevantes, no siente apego por ellos y ni siquiera les da importancia como recuerdo. Para él, las victorias y derrotas forman parte de un juego externo al verdadero sentido de su profesión.
Su derrota frente a Kevin Spacey le dejó un sabor amargo
Esa actitud se ha mantenido incluso en momentos incómodos. En 2000, su derrota frente a Kevin Spacey por American Beauty, cuando estaba nominado por Huracán Carter, le dejó un sabor amargo que lo llevó a desconectarse temporalmente de los premios. Sin embargo, un año después recuperó fuerzas, y en 2002 su interpretación en Training Day lo consagró con el Oscar a Mejor Actor, aunque ni siquiera entonces cambió su visión crítica sobre el sistema.

Compañeros de profesión, como Ethan Hawke, han recordado cómo Washington siempre defendió que los actores no deben buscar que un premio eleve su estatus, sino ser ellos quienes eleven el prestigio del premio. Una filosofía que resume su carrera: respeto absoluto por el arte de actuar, pero una indiferencia calculada hacia las recompensas externas.

Hoy, incluso tras quedarse fuera de la última edición, donde muchos esperaban su nominación por Gladiator II, Washington sigue mostrando el mismo desdén sereno. Con ironía reconoce que ha perdido más veces de las que ha ganado, y lo acepta como parte natural de la industria. Eso sí, sin perder el humor: al final, los premios también traen fiestas y trajes gratis. |