Los Ángeles, 1965. Una madre viuda y sus dos hijas añaden un nuevo truco a sus sesiones de espiritismo e involuntariamente abren su casa a un auténtico espíritu maligno. Cuando el despiadado y cruel espíritu se apodera de la hija más joven, la reducida familia deberá enfrentarse a terrores inimaginables para salvarla y devolver al maligno intruso al lugar al que pertenece.
Sorprendentemente (su predecesora era una ridícula pérdida de tiempo merecidamente destrozada por la crítica) esta precuela resulta muy solvente. El mayor crédito habrá que dárselo a Mike Flanagan, uno de los mejores directores del género de terror de bajo presupuesto. Lo que más llama la atención es el cambio de enfoque, dejando atrás el tono juvenil de la primera y creando un equilibrio para que no haya altibajos en el desarrollo de la historia. Los resortes del género son magistralmente manejados por Flanagan y también ayuda que los tres actores principales interpreten con sobriedad lo que se les pide. Una competente película de terror mucho mejor que la primera.