Las continuaciones tardías de películas famosas de la historia del cine rara vez suelen resultar bien y esta es, inesperadamente, la excepción a la regla. Nada más empezar nos presenta un estupendo número musical que nos deja bien claras las intenciones de la película: deleitarnos con un espectáculo deslumbrante de color y magia. El filme recoge el testigo del original de Robert Stevenson, adaptando las señas de identidad tanto formales como narrativas de aquel. La película captura la esencia de una época dorada del género del cine familiar e infantil condimentada con una apabullante imaginería visual. Todos los números musicales rozan la genialidad e, incluso, en algún momento hacen brotar una lagrimilla en el espoectador. Un clásico instantáneo que consigue hacer brotar con maestría las emociones del público. |