Lo que para el mundo es un clásico navideño lleno de risas, para Jim Carrey fue una auténtica prueba de supervivencia. Recientemente se han revelado detalles sobre el "infierno" que vivió el actor durante el rodaje de El Grinch (2000), una experiencia tan sofocante que la producción tuvo que recurrir a la CIA para evitar que su estrella abandonara el proyecto.
Carrey describió el proceso de caracterización —que inicialmente tomaba ocho horas y media diarias— como "ser enterrado vivo". La claustrofobia y el dolor causado por las prótesis y los lentes de contacto amarillos llevaron al actor al límite, al punto de estar dispuesto a devolver su millonario salario con tal de renunciar.
“Me dio una larga lista de cosas para hacer cuando empezara a perder el control. Como pegarme en la pierna tan fuerte como pudiera, tener un amigo de confianza y golpearlo en el brazo, comer todo lo que estuviera a la vista, cambiar los patrones en una habitación, apagar la televisión y encender la radio si empezaba a entrar en pánico. Fumar cigarrillos tanto como fuera posible”, narró el intérprete para Vulture.
Ante la crisis, el productor Brian Grazer contrató a un especialista en entrenamiento de resistencia de la CIA. Durante un fin de semana intensivo, el agente enseñó a Carrey técnicas utilizadas por espías para soportar torturas e interrogatorios hostiles. Entre los métodos de supervivencia que el actor aplicó en la silla de maquillaje estaban:
- Distracción física extrema: Golpearse las piernas para desviar el foco del dolor.
- Control mental: Cambiar patrones de pensamiento ante el pánico.
- Terapia musical: Carrey confesó que escuchar el catálogo completo de los Bee Gees fue vital para mantener la cordura.
Gracias a este entrenamiento de "agente secreto", Carrey logró completar los 100 días de rodaje, regalando al cine una de sus interpretaciones más icónicas a cambio de un sacrificio físico que pocos en Hollywood se habrían atrevido a enfrentar.
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