Traitors España, la adaptación de HBO Max del formato holandés de estrategia que ya ha triunfado en Reino Unido, Australia y Estados Unidos, se estrenó en España el viernes pasado.
Uno de los participantes, el periodista Juan Sanguino, se ha prestado a comentar cómo fue su paso por el programa y a desvelar todo tipo de anécdotas de lo que se cocina en la trastienda de este tipo de espacios televisivos.
Aunque al principio intentaba pasar desapercibido, Sanguino bajó el tercer día al patio del castillo a medianoche (les concedían un momento de esparcimiento, durante el cual lo único que hacían era fumar y robar Fanta del bar) y allí empezó a formar vínculos con Chemi Manzano (rapero) y Joana.
Cualquier espacio en el que se aísla a un grupo de personas se convierte en una micro-sociedad. Así, en este caso, desde el primer momento aparecieron los líderes naturales (deportistas como Jaime Nava, Joana Pastrana o Ray Zapata), los raros (artistas como Rubén Ochandiano, Adrián Pino o Paula Púa), los cerebritos (Leo, jugadora de póker; Julio Muñoz, escritor de novela negra) y los papás con un asombroso efecto calmante (Fernando Guillén-Cuervo y Anna Allen).
Una semana antes de entrar en Traitors Juan había coincidido en un evento de la editorial Penguin con Pablo Rivero, conocido por Cuéntame pero que también es un escritor superventas, y le pidió consejo: "Oye, Pablo, como tú ganaste Bake Off dame alguna recomendación", le dijo. "Cada vez que estés en cámara olvida el contexto. Si has dormido poco, si hace calor, si la comida estaba mala, si has pedido agua y no te la han traído. Olvídalo. Porque si sales quemado en cámara el espectador no tiene esos datos y solo verá a un marica quemado".
Juan tomó buena nota de aquel consejo: hacer televisión consiste en dormir poco, pasar nervios y aguantar esperas de varias horas (Traitors se grabó en junio, en plena ola de calor, aunque los participantes no lo sabían porque estaban aislados y solo les dejaban un teléfono para hacer una llamada al día al familiar que habían designado, y el clima no era, obviamente, el tema de conversación).
Todos los participantes entraron al castillo tras un confinamiento solitario de cinco días por protocolo Covid. Al principio Juan soltaba los típicos clichés que se espera que uno diga en un reality de este tipo: “¡Dentro de la casa todo se magnifica!”, “¡Me llevo 17 amigos!”, “¡He venido a vivir la experiencia!”. Fuera de cámara la cosa era diferente: Juan era una especie de Tamagotchi que cada vez que veía a un desconocido con un walkie-talkie le suplicaba: “¡Tengo sed!”, “¡Quiero ir al baño!”, “¿Cuándo comemos?”. La persona del walkie se acercaba el micro a la boca y decía: “Juan tiene sed”. Cuanto más ejercía su autoridad el equipo del programa sobre ellos, más se comportaban como niños, hablando sobre estrategia si no había cámaras delante y creando momentos clave de la trama que nunca llegaron a ser grabados.
En las pruebas salían a relucir las capacidades de cada uno. Los atletas buscaban ganar por encima de todo, mientras que los demás lo único que querían era no hacer el ridículo delante de las cámaras. Ahí fue cuando Juan volcó un kayak con Abril Zamora por culpa del viento tras llevar media hora remando y a punto de desmayarse, y le tocó nadar 30 metros hasta la orilla lo más dignamente que supo.
Cada vez que se sentaban todos en la mesa redonda, después de 12 horas de aventura, esperas y un calor insoportable, les ponían la canción de Los juegos del hambre: Sinsajo, para entrar en situación. Juan comenta que alguno de los participantes todavía hoy usa aquel tema como politono del móvil, así de pegadiza era.
El presentador, Sergio Peris-Mencheta, no interactuaba con ellos fuera de cámara, para no adulterar la tensión que les provocaba su presencia. Grababan un capítulo cada día y la paranoia de todos aumentaba con cada jornada: completamente aislados del mundo real, solo les importaba lo que ocurría dentro del castillo y las únicas personas que existían eran el resto de concursantes.
El cuarto día Juan se sentó en la mesa convencido de que lo iban a echar. Apolonia Lapiedra le odiaba, porque él se había enrocado en que ella era traidora (Juan reconoce que votó mal en todas y cada una de las mesas porque era un pésimo estratega), y estaba seguro que ella convencería al resto de echarle a patadas. Sin embargo, Apolonia, su archienemiga en el show, pertenecía a otro estereotipo del reality, el del “yo soy como soy y digo las cosas a la cara”. El caso es que Joana sacó otro nombre, Sandra, y mientras la expulsada lloraba víctima de la frustración y juraba por su madre que ella era fiel, Juan pronunció nueve palabras cual villano: “Bueno, yo también lo puedo jurar por la mía”. Ebrio de éxito, su mejor amiga allí, Abril Zamora, dijo que no le parecía justo utilizar lo de la interpretación para desacreditar a Sandra, a lo que Juan replicó: “Cariño, tú no eres tan buena actriz”.
El día que finalmente le echaron, Juan ya sabía que se iba y estaba en paz con ello. Sin embargo una frase de cuatro palabras removió su espíritu dejándolo al punto del llanto: "Juan es un amor". La frase la pronunció una persona que finalmente se revelaría como traidora y de la que no desvelaremos el nombre. Si realmente deseas saber de quién hablaba Juan, Traitors España ya está disponible en HBO Max. |
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