Lo primero que se puede decir de este fallido filme es que pese a la friolerta de los 180 millones de dólares invertidos en su realización, su acabado visual no da la talla. La concepción de las escenas es correcta pero los efectos visuales cantan bastante: todo huele a artificial. La puesta en escena de David Yates fracasa a la hora de mostrarnos la épica del relato, algo a lo que tampoco ayudan esos movimientos convulsos de la cámara sin venir a cuento en más de una ocasión. Respecto al personaje de Tarzán se ha optado por darle un giro que lo acerca peligrosamente al rol de un superhéroe. La interpretación de Skarsgård pese a ser convincente en lo físico carece de carisma. Para empeorarlo aún más, el villano interpretado por Christoph Waltz es el típico villano estándar de los blockbusters de Hollywood. Sin ser un desastre, esta reimaginación del mito de Tarzán resulta poco interesante ya que fracasa en sus objetivos de resultar entretenida y espectacular.