Apología del suicidio, que no de la eutanasia, de Ramón Sampedro, un desventurado marinero coruñés que estuvo postrado casi tres décadas en su cama tras sufrir un grave accidente que le dejó tetrapléjico. En el filme su terrible final se redujo a pocos segundos, mientras que en la realidad Ramona Maneiro, la mujer que decía amarlo y que le dio el vaso y la pajita para beber la pócima, huyó horrorizada al percibir sus estertores que se prolongaron durante más de media hora y quedaron grabados en cinta videográfica. En circunstancias bien semejantes, Christopher Reeve eligió lo contrario: no pidió morir dignamente, sino que se propuso vivir dignamente. Sampedro, víctima de un destino aciago, fue un sujeto digno de toda nuestra piedad y comprensión, pero en modo alguno de nuestra admiración. |