Claude Monet construyó, en medio de la campiña francesa, un paraíso privado: en su jardín en Giverny se aisló, durante meses, y buscó ahí la verdadera belleza de la naturaleza. Cuando comprendió que la Primera Guerra Mundial estaba a punto de terminar decidió heredarle a su nación esa belleza sublime de la que se había rodeado para escapar los horrores del conflicto. Su regalo prevalece hasta hoy en la forma de sus famosos nenúfares, obra cúspide del impresionismo. Gracias a las salas de varios museos franceses dedicadas al artista, usted podrá ser parte de la belleza que sobrevive a la guerra.
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