Tenía que volver a experimentar la extravagancia de esta obra maestra psicodélica antes de ver la versión restaurada en los cines la semana que viene. Recuerdo lo que sentí cuando la vi por primera vez, momentos fugaces o fases trascendentales que nunca pude olvidar. Me abrió la mente de un modo que ni siquiera puedo describir ni decir. La música es tan sensible. La banda es tan sensible. Dios, estoy enamorado de Pink Floyd.
Me gusta imaginar que, mientras las nubes de ceniza envolvían a los petrificados habitantes de Pompeya, vislumbraron su prematuro entierro, su eventual excavación y, después, un concierto de rock psicodélico.