Mi serie favorita. El por qué es tan simple de describir como complicado de lograr: The West Wing es, sencillamente, un placer intelectual, valga esto como oximorón (o como vanidosa cursilería). Es una increíble exhibición de precisión y sutileza sobre el poder de la palabra (y el poder en sí mismo) que devora tu fascinación y atrapa tu interés. La inteligencia e ironía se desbordan en cada línea de guión de cada capítulo. El reparto es perfecto. Si además eres un apasionado de la política, y especialmente la norteamericana, sus historias brillantes y sus ágiles diálogos te rendirán el asombro. Algunas tramas resultan verdaderos thrillers, otras impecables melodramas. Todo permeado de humor y gravedad, ambos constantes y ubicuos. Ciertamente todo sucede a un ritmo frenético, a veces incapaz de reposar, pero la recompensa es impagable: ver algo en la televisión que resultar inspirador. Aaron Sorkin es el gran culpable. Un tipo con un talento infrecuente, fuera de lo común. El productor John Wells –responsable también, curiosamente, de mi otra gran serie preferida, Urgencias– su cómplice. La maravilla inefable se llama The West Wing. Nunca la televisión (y me atrevería decir que pocas veces el cine) me obsequió con tanto ingenio, tanta inteligencia. Un 10.
|