Ridley Scott es un director cuyos mejores trabajos fueron los primeros y desde entonces alterna una de cal y otra de arena en sus cintas. Ciertamente ésta es una palada de arena y muy gruesa. Para empezar, la superficialidad de los diálogos, pensada para dotar de un ritmo más vivo a la película, no favorece al relato. Y cuando llega la esperada escena del enfrentamiento final en el Mar Rojo no consigue transmitir una sensación de peligro auténtico, con lo que asistimos con bastante indiferencia a la obligada exhibición de efectos especiales. Y ya la parte del destierro de Moisés resulta especialmente soporífera. Sorprende en negativo la anodina actuación de Bale en la que bien puede calificarse como su peor actuación hasta la fecha y el resto del reparto está aún peor. Floja. |