La película, impecablemente realizada y con actuaciones conmovedoras, brilla en lo técnico… pero tropieza en lo emocional. La fotografía atrapa, los actores convencen, pero el guion insiste en un cliché que ya cansa: la madre que no ve, que no quiere ver, que repite los errores de siempre mientras su hijo se hunde en la adicción.
¿Hasta cuándo seguiremos comprando esta narrativa sin exigir más profundidad, más verdad? Para quienes han vivido de cerca el infierno de las adicciones, esta historia no provoca reflexión ni ofrece consuelo: es solo un eco gastado de lo que ya sabemos.Sí, es entretenimiento. Pero el cine puede —y debe— ser más que eso. Esta vez, duele ver tanto talento al servicio de tan poco. |