Stephen Frears acomete en este filme la demolición de la gran mentira del ciclismo, Lance Armstrong, retratándolo como el ser más embustero del planeta. Vemos cómo después de recuperarse de un cáncer testicular con metástasis en el cerebro (único momento de la película en la que sentimos pena por él) explota a otros componentes de su escuadra sometiéndolos al mismo programa de drogas que él seguía con el único fin de dejarle expedito el camino a la victoria. Al mismo tiempo, su labor filantrópica a través de su fundación contra el cáncer le servía como escudo frente a las críticas y las sospechas. El guión tiene algunas lagunas y personajes que aparecen y desaparecen sin criterio. Ben Foster aparece muy convincente en su papel aunque algunios secundarios como el de Floyd Landis son muy poco aprovechados. La labor de montaje tampoco resulta inspirada.